Aunque en muchos casos la palabra comercio pueda tener una connotación negativa, se trata en realidad de una herramienta vital en el desarrollo y progreso de la humanidad, y así ha sido entendido a lo largo de la historia.
El comercio nació bajo la forma del trueque, en un acto de mutua conveniencia que permitía a dos personas obtener lo que les hacía falta a cambio de lo que poseían en abundancia. Desde los primeros tiempos, todas las culturas se han manejado con algún tipo de organización o intercambio de bienes para mejorar su calidad de vida. En un principio ofrecían sus productos directamente a cambio de otros, y luego el progreso fue agregando nuevos ingredientes a la metodología: la moneda (los mayas, por ejemplo, usaban granos de cacao; los romanos acuñaron monedas de plata en el año 269 A.C., imitando a los griegos que eligieron el metal por ser duradero y fácil de llevar), los transportes (gracias al comercio, por ejemplo, se dio el auge de la navegación) y la especialización (que derivó en lo que hoy podríamos llamar producción en serie) fueron conformando el modelo actual de comercio, al que se incorporaron las complejidades propias de la modernidad.
Es que hablar en estos tiempos de comercio implica pensar ya en una verdadera integración universal. Significa introducirse en el campo de las finanzas, de la tecnología, de la inversión, del desarrollo de una economía global. Todo ello, en teoría, en función de un progreso más armónico de todos los pueblos del mundo, lo que no siempre resulta en la práctica. Por eso es importante, a estos efectos, que todos los estados y regiones promuevan la formación de asociaciones y la realización de políticas cuya finalidad sea el crecimiento y el desarrollo; de manera que todos los ciudadanos del mundo puedan aprovechar al máximo los efectos positivos de la mundialización y la liberalización en el sistema comercial internacional.
Existen diferentes entidades que trabajan en favor de la cooperación económica a nivel mundial: el Departamento de Asuntos Económicos y Sociales de las Naciones Unidas, el Centro de Comercio Internacional, la Organización Mundial del Comercio y algunas otras. Pero la entidad intergubernamental permanente y por excelencia es la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD). Fue creada en 1964 y tiene actualmente 188 estados miembros. Dentro de sus objetivos, se destacan la investigación y análisis de políticas económicas, la cooperación técnica y la interacción con la sociedad civil y el mundo de la economía. Además, y con no menos fuerza, la Conferencia analiza mecanismos para apoyar la creación de pequeñas y medianas empresas y apoya el fomento de programas de capacitación empresarial en los países en desarrollo. El Secretario General de la UNCTAD ha dejado muy en claro cuál es la función de este organismo: “Ayudar a los menos dotados a hacer frente a una economía mundial más competitiva. La UNCTAD debe seguir siendo el guardián de la conciencia de desarrollo del mundo, luchando por una mayor equidad y reduciendo las disparidades entre las naciones”. Un objetivo tan loable que es de desear que pueda ser cumplido, aunque una mirada realista por el mundo no permite todavía ser muy optimista al respecto.
De todos modos, podríamos apelar a la entrañable Mafalda en busca de mayor optimismo, recordándola arriba de un banquito junto a su globo terráqueo y clamando con esperanza: “Quiero felicitar a los países que manejan la economía mundial…” y en el cuadro siguiente: “…así que espero que algún día haya motivos”.
Lo mismo esperamos todos, para que el comercio vuelva a ser, como en un principio, un medio justo de progreso.

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